El día que fui sola a un bar: Así fue la peor cita de mi vida
Una noche, después del trabajo, fui sola a tomar una cerveza y a escuchar música al bar de mi barrio. Minutos después se acercó un americano y me pidió mi número: tenía ojos verdes, piel de caramelo, sonrisa perfecta y un semi afro: toda una belleza exótica. Luego de una semana me escribió que estaría en el bar como a las ocho y que quería verme. Llegué antes para pasar un rato a solas y él entró por la puerta a las 8:00 en punto. Estaba todo acelerado y contento y tras cruzar algunas palabras me dijo que nos fuéramos.
—Está bien, pero acabo de pedir una cerveza, cuando la termine nos vamos.
—Tómatela de un sorbo— sugirió sonriedo.
—Mierda, está súper loco— me dijo una voz en mi cabeza.
—Me la tomaré lo más rápido que pueda— le respondí amablemente tratando de salvar el asunto. Asintió y seguimos hablando. Su charla era amena y divertida, así que supuse que quería llevarme a un mejor sitio para que estuviéramos más cómodos o yo qué sé, siempre trato de sacar lo mejor de las personas y las situaciones (aunque a veces se me va la mano).
Cruzamos la calle y entramos al bar que era mucho más grande y tenía restaurante, tal vez quería comer. Pidió sitio en la barra y luego saludó a los bartenders, meseros y a varias personas que estaban sentadas en otras mesas. Ordenó una cerveza para mí y se sentó a mi lado con un vodka. En eso empezó a sonar una canción que nos gustaba a los dos y la cantamos en coro, entonces me miró a los ojos sonriendo y ahí soltó las palabras:
—¿Quieres cocaína?
—¿Perdón?— dije pensando que le había escuchado mal.
Repitió más alto "que si quieres cocaína" y me miró sonriendo: esta vez con los dientes y acercándose más a mí.
Me quedé mirándolo por unos segundos un poco desconcertada.
—Eh, no, no gracias— le respondí mientras tomaba un trago de cerveza.
—¿Y porqué no?— preguntó mirándome atentamente.
—Bueno, no sé, no la consumo, nunca lo he hecho.
—Oh, ya veo.
—Sí— le respondí y comencé a bailar sentada en mi silla.
Ya vengo, me dijo, voy al baño.
En Nueva York es muy normal la cocaína, la marihuana, las drogas en general. Creo que hay una mentalidad más flexible al respecto. Por mi lado, tuve una época de muuucha marihuana, era una marihuanera consagrada y estaba orgullosa de eso, hasta que drogarme comenzó a entorpecer mi creatividad: al final me ponía súper estúpida, agarraba el celular y no sabía si quería ver Instagram o tomar una foto. Me quedaba mirando a la pantalla con la boca abierta por no sé cuánto tiempo, y si quería escribir algo, se me dificultaba el doble. Mi cerebro ralentizado tenía que luchar con ideas sin sentido que venían a chorros y gritaban en mi cabeza como si estuvieran histéricas... y así por horas hasta que me quedaba dormida.
Al cabo de un rato, mi cita regresó y fuimos a la parte de atrás para jugar con un Jenga gigante: teníamos a otra pareja como contrincantes. Lo bueno de la situación era que, además de escribir medianamente bien, tengo el talento más inútil del mundo: soy una gran jugadora de Jenga.
Sorprendido, piel de caramelo trataba de abrazarme desde atrás "wow nena, eres increíble" me decía en el oído mientras movía las piezas de madera. Nos tomamos el juego en serio porque los perdedores, como castigo, tendrían que comprarle bebidas a los otros. Al cabo de un rato, y gracias a mi superpoder, por supuesto ganamos.
Mientras esperábamos los tragos, me tomó de la mano y me dijo: ven, quiero mostrarte algo.
—¿Qué cosa?— le pregunté sin moverme.
—Ven, solo ven conmigo— repitió, esta vez en tono romántico, supongo que estaba excitado porque habíamos ganado y no iba a tener que pagar otra bebida. Para ese punto yo ya sabía que no quería nada con él, seguía ahí por pasar el rato y porque iba a beber gratis gracias a nuestra hazaña, pero no me interesaba volver a verlo, ni en otra cita, ni después del bar. Era de esas personas que te caen bien y te parecen atractivas pero no te imaginas sosteniéndoles le mano o pasando demasiado tiempo a su lado: aunque seguro que en su mente ya se veía metiéndomela en su casa mientras recordaba mi supertalento para jugar Jenga. Me insistió tanto que fuera con él que a la final lo seguí por pura curiosidad.
Caminamos entre la gente hasta que terminamos parados en la entrada del baño. Paré antes de entrar —¿qué pasa?— le pregunté.
—Métete al baño— me dijo.
—NO— le respondí sin mover ni un músculo. Sentí un poco de miedo.
—Dale, confía en mí.
—Que no, no lo voy a hacer— refuté en seco. —No me metería a un baño en mi primera cita con nadie ni aunque fuera el último día de mi vida, idiota— le dije en mi mente.
—Está bien, tranquila, mira, solo quería darte esto, y sacó un sobre lleno de polvo blanco al que le metió la punta de una llave.
—Toma— me dijo acercándola a mi nariz.
Lo miré en silencio por unos segundos —what da fuck is wrong with you?— solté al fin.
—Me dijiste que no la has probado, y estoy seguro de que te va a encantar.
Había dos posibilidades: o era un desubicado que pensaba que me excita la idea de tener sexo en un baño sucio con un desconocido y agarrar una enfermedad venérea o era un drug dealer que me veía como una de esas niñas recién salidas del gallinero y que tienen "sexo y drogas" como concepto de diversión. Si supiera que soy una mamerta aburrida, que prefiero quedarme en casa encerrada y sola escribiendo, leyendo o retocando una imagen en Photoshop porque me creo artista y la etapa en que trataron de meterme en las drogas (aunque parezca mentira por mi cara) pasó hace diez años cuando empezaba la universidad. Soy una veterana amigo, he vivido cuatro años sola en Nueva York, he trabajado lamiendo culos a los gringos y a los que se creen mejores en mi país, he dormido en la calle y pasado necesidades, ya pasé por esto decenas de veces, ya sé cómo es la vida (más o menos).
—Ya te dije que no quiero ¿crees que no tengo personalidad?— le dije.
Se quedó callado, no supo qué responder.
Ufff te admiro tanto!!!!
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