El día que presentí mi propia muerte

 

Imagen: Haenuli

Hace aproximadamente tres semanas murió mi primo. Tenía veintitrés años. Fue algo inesperado. Nadie se imaginó que después de convulsionar por primera vez en su vida, moriría en circunstancias extrañas cuatro días después.
No lo veía hacía años. Ni siquiera lo vi antes de irme del país. Lo recordaba de cuando éramos niños: me parecía muy dulce y tenía una linda cara y rizos dorados, pero era un niño muy callado y nunca cruzamos más de tres palabras.
Decidí acompañar a mi madre al funeral y vi a toda la familia que había dejado atrás antes de irme a Estados Unidos. Vi a sus padres y hermanos. Todos me saludaron con mucha calidez y aunque yo no fuera cercana a ellos, su dolor me conmovió muchísimo. Tomar la mano de su madre y ponerme por un instante en su lugar me heló el cuerpo, porque la muerte de mi primo fue una negligencia médica. Era más joven que yo, y su muerte, desde todas las perspectivas era injusta.
Rezamos varios rosarios y dijimos cientos de veces el tradicional "dale señor el descanso eterno"... Luego fui a verlo a través del cristal del ataúd. Era extraño recordarlo de niño y ahora tener que conocer su cara de adulto joven de esa manera:
Al acercarme vi a un hombre bello. A pesar de su palidez, sus rasgos eran armónicos, equilibrados. Sus largas pestañas permanecían intactas y su nariz parecía forjada por un escultor. Siempre había sido un niño guapo, y aún muerto, aquella verdad era innegable. Entre las manos tenía un pequeño oso de croché que parecía tejido a mano. Más tarde ese día, su hermana me contó que el oso lo había tejido su novia que se había ido del país dos años atrás. Mi primo estuvo ahorrando durante todo el 2020 y parte del 2019 para ir a vivir con ella, pero por el cierre de fronteras no la pudo volver a ver.
La funeraria prestaba servicios hasta las cinco en punto. Rezamos un rosario más y nos dispusimos a despedirnos del féretro. Entré otra vez al salón velatorio y vi a su mamá a lo lejos admirándolo a través del cristal y tomándole la que sería su última foto: sentí algo extraño en el corazón "nadie sabe cómo reaccionará a una pérdida de esta magnitud" pensé.
Caminé hacía ella y me abrazó. Luego tocó mis manos por segunda vez y me dijo que yo le transmitía mucha calma. "Mija por favor, quiero hacerle un homenaje a Daniel a través de un escrito, ayúdame a publicarlo" me dijo. Le respondí que por supuesto, que sería un honor. Ella salió de la sala y yo me quedé un segundo a solas con el ataúd y Daniel, o lo que quedaba de él. Acaricié el cristal y le dije que se fuera tranquilamente, que era precioso y que me sabía mal no haberlo conocido un poco más.
Cuando estaba a punto de darme la vuelta para salir de la sala, un olor extraño se me coló en la nariz. No sé si provenía del ataúd o del fondo de la sala. Era un olor que jamás había percibido y, al colárseme en el pecho, sentí que un frío me invadía por dentro. Debo aclarar que a lo largo de mi vida he visto muchos muertos en féretros y jamás había experimentado algo así. No sé cómo describir ese olor con palabras. No era desagradable, no era como que oliera a nada deteriorado o a cuerpo inerte. Tenía incluso una nota dulce, como parecida a la que emanan las flores, pero no era olor a flores y sin embargo, en el fondo cargaba otra nota que me revolvía el estómago y me levantaba los vellos.
Tampoco era un olor que estuviera presente en toda la sala y ni siquiera se intensificó cuando estuve más cerca al ataúd. Simplemente salió de alguna parte y me rondó un buen rato hasta que me alejé. Debo aclarar que en la primera ocasión que me acerqué al féretro no lo percibí. Fue una especie de olor de despedida que estremeció mi cuerpo.
Un momento después me giré ignorando el hecho y salí de la funeraria.
Los días posteriores el olor volvió a mí en varias ocasiones y decidí contárselo a mi hermana. "Olor a muerte" me dijo, y terminó regañándome: "¿porqué te llama tanto la atención todo lo tétrico? no vuelvas acercarte a ningún ataúd y punto". La verdad es que, siempre me he sentido atraída por el misterio de la muerte, por qué habrá más allá de ella, y en las funerarias nunca temí ver a través de la ventanilla de ningún féretro.

II. Dos semanas después

Esa noche mi amiga me escribió que la acompañara a la 85 (la zona rosa de Bogotá).
--Mira que Sergio está de cumpleaños y me dijo que fuera al menos a saludarlo. Mañana trabajo y no me puedo demorar. Vamos súper rápido y volvemos--, me dijo.
En el lugar había unas treinta personas bailando electrónica. Todas con mascarillas y con distanciamiento social. Era una especie de rumba anticovid.
A medida que la noche se evaporaba, la música se nos metía debajo de la piel y nos hacía bailar como no lo habíamos hecho en meses. Cerré los ojos mientras me sumergía en esas notas espaciales y sentí el humo de la discoteca golpeándome la cara. Aquél momento lleno de perfección se vino al piso cuando mi nariz se impregnó con el extraño aroma de muerte que había flotado alrededor de mí aquella tarde en la funeraria.
Sentí un retorcijón en el estómago y abrí los ojos abruptamente: "vete vete", le decía como si el olor tuviera forma tangible. Durante el tiempo que permanecí en ese lugar, el olor me rozó la nariz varias veces y cada una de ellas me agité y se me llenó el pecho de un miedo intenso que me tensionaba todo el cuerpo. Tuve que correr al baño solo para confirmar que el olor venía conmigo.
Nos terminamos quedando hasta el cierre y el cumpleañero nos invitó a un after party en una casa pero ya nos habíamos sobrepasado con la hora y a pesar de que nos insistió hasta el cansancio, dijimos que no. En medio de la discusión uno de sus amigos se unió a nosotras "yo voy con ustedes, tengo que trabajar" nos dijo. Al cumpleañero y sus dos amigos los terminaron recogiendo en un carro y nosotros, los que nos íbamos, nos quedamos en el sitio esperando un beat.
El supuesto beat venía a seis minutos de distancia. Después de un rato la aplicación nos mostró que había llegado pero salimos y no estaba ahí. En el mapa, el vehículo estaba dando vueltas a algunas calles del lugar y comenzamos a caminar en dirección al Transmilenio pero no lográbamos dar con su paradero.
Pasaban muy pocos carros y casi ninguna persona. Mis amigos iban un paso adelante, y yo caminaba por el andén justo detrás de ellos. No sentía miedo y había olvidado el incidente con el olor a muerte, pero las cosas dieron un vuelco cuando un segundo más tarde, una moto que venía a toda velocidad se orilló y estacionó justo en frente de mí.
En la moto iban dos personas: un hombre (el conductor) y detrás de él un ser con una energía híbrida. No puedo decidir si era hombre o mujer. Era alt@ y tenía una chaqueta negra, pantalones negros y un tapabocas que le cubría la mitad de la cara, fue todo lo que pude ver de él o ella durante el tiempo que le puse la mirada encima.
Dejé de verle porque en sus manos llevaba empuñado un revólver de cañón circular largo y plateado. Ese ser de presencia misteriosa venía caminando hacia mí con el revólver y yo lo sentí como la mismísima muerte alcanzándome. En ese breve momento un impulso que se activó en mi cuerpo me dijo "corre". Entonces me moví hacia adelante y tuve el presentimiento de que iba a morir. El olor a muerte llegó otra vez y con él la angustia terrible de reconocer que no quería irme todavía. "Mierda, no he hecho nada importante con mi vida, no me quiero morir" "acabo de conocer a mi sobrino, no me quiero morir, "todavía no tengo un hogar, no me quiero morir". "¿No veré más a la persona que amo? ¿es eso todo?"... pero ya era tarde, yo iba a morir. Tenía esa certeza en el pecho...
Hace años, más exactamente trece, me pasó lo mismo en Cartagena. Mientras tomaba fotos en la Ciudad Amurallada, una moto paró justo en frente de mí y un hombre se bajó amenazándome con un cuchillo de unos 20 centímetros de largo pero yo no sentí ningún temor y lo reté: le dije que me lo enterrara si quería pero yo no le iba a dar mi cámara (sí, era joven y estúpida). Comencé a pegarle patadas y puños (que por mi contextura y edad no hacían más que fastidiarle) y en lugar de clavarme el cuchillo me pegó un puño en la cara y caí al suelo. Tomó la cámara y se subió a la moto. Ese día, por mucho que hubiese estado en peligro de muerte, no se me pasó por la cabeza ni por un solo segundo la posibilidad de morirme.
Pero esta vez era otra cosa: el miedo me envolvía, no podía entender esa certeza que se sintetizaba dentro de mí como una premonición. La imagen de mi primo en el féretro vino a mí y comencé a implorar "no puedo morirme hoy. No así, no puedo, por favor" imploré a esa energía superior que sabe porqué estamos aquí, y entonces, un murmullo que no estoy segura si se trató de mi consciencia, de Dios o de algo más, me dijo que me detuviera, que no corriera, que una bala era más rápida que yo, y contuve el impulso de mi cuerpo.
Cuando salí de mis pensamientos había una presencia detrás de mí. Ese ser macabro me estaba chuzando las costillas con el cañón del revólver, y sin saber cómo, me tiró al piso y me apuntó con el arma.
Caí sobre mi muslo y brazo derecho. Me quedé en posición fetal, apreté los ojos y pedí a Dios que me dejara vivir "solo una oportunidad, sola una". Entonces el ser bajó a la altura del suelo y me comenzó a arrancar el bolso que tenía cruzado por entre los senos. Finalmente lo arrancó y me apuntó otra vez, como decidiendo qué hacer pero en un cambio de actitud repentino bajó el revólver, se giró y corrió hasta la moto. Me quedé en el suelo un par de segundos con la plena certeza de que me habían disparado.
Al incorporarme les pregunté a mis amigos --¿Me dispararon?-- No sé cómo explicarlo, era como si una parte de mí hubiera estado totalmente convencida de que yo iba a recibir un balazo ese día.
Me levanté llena de euforia, temblando incontrolablemente. "Estoy viva, mierda, estoy viva" les repetía, como si en lugar de haber pasado por algo terrible hubiera recibido el más grande de los regalos. Ellos se disculpaban por no haber hecho nada y yo hablaba a chorros y a toda velocidad. Estaba totalmente fuera de mí, no por el robo, no porque hubiera perdido mi iPhone y mi bolso Versace (regalo de unos amigos en España) sino porque no podía creer que siguiera viva. Así de extraño me parecía el no haber recibido un tiro.
Llegué a la casa y dormí escasamente una hora y con las luces prendidas. Al día siguiente mi cuerpo seguía temblando y tenía la sensación de que en un universo paralelo yo había muerto. Este, en el cual sigo viva, es otro universo, uno secundario y tal vez erróneo.
Siempre había pensado que estaba lista para morirme. Que no me importaba si me iba pronto. Pero ese día descubrí que no lo estoy. No estoy lista en absoluto. No he escrito nada que valga la pena realmente. He sentido amor, pero sé que no he llegado a la profundidad desgarradora de él y aún las injusticias del mundo no logran que me canse de vivir...



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